Uno lo quiere en la Moncloa para que apañe el desatino de su gestión, nefasta en lo económico y patética en lo político, para que le salve esos cientos de miles de casas sin comprador, le salve de esa agonía de más de medio millón de parados, de ese déficit no enorme, sino prohibitivo que acumula, para que le pague a quienes no puede pagar y para que le lave la cara ante los empresarios: el 21% de las empresas desaparecidas en los dos últimos años son valencianas.
Bravo Camps, tú si que vales, has convertido la joya en una engarce de mierda mediterránea bien vendida.
En contrapartida el otro, al principio reticente se abre de brazos con su amigo, su mentor, aquel que le apoyo y, en Valencia, ciudad ahora mancillada por el amor al poder, la sinrazón de estado y el pacto Gürtel, se escucha “Paco, eres un gran presidente, los valencianos te votan porque te quieren”. El receptor de trajes y veremos si de algo más, y el encubridor de Gürtel, entre abrazos y magreos se muestran impúdicos como lo que son: la hez de la política española, lo peor que nos ha pasado desde la Inquisición o las guerras civiles.
Políticos que aceptan ser como etarras que no sólo desconocen la libertad y los derechos, sino que están orgullosos de ello.
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